El sufrimiento siempre nos hace una invitación a cambiar. Cuando lo recibimos como oportunidad para llegar a ser la mejor versión de nosotros mismos y nos decidimos a acogerlo, entonces nos transforma.
Este es el primer paso de una psicoterapia. El segundo es escoger a un terapeuta que nos acompañe a recorrer ese enriquecedor camino, siempre único, personal e irrepetible.
El proceso de la psicoterapia comienza cuando encontramos a ese compañero de viaje con el cual detenernos en un espacio de confianza y cuidado que favorece reconocer qué es necesario mantener y qué cambiar para tratarnos mejor a nosotros mismos y a los demás.
Hay momentos en que una relación de pareja entra en crisis. Sobreviene una sensación de atascamiento. Lo que antes fluía maravillosamente hoy ya no. No obstante ello, a ambos miembros los motiva revisar y comprender qué sucedió, y sobre todo cómo salir de esto y recuperar el bienestar perdido.
Los motivos que llevan a entrar en una crisis son diversos: si bien puede ocurrir que, en apariencia, simplemente la relación “se desgastó”, los problemas también pueden sobrevenir a partir de situaciones concretas y plenamente identificables. Así, puede deberse a un episodio de infidelidad, pérdida de la estabilidad económica, problemas con los hijos o familiares cercanos, duelos, enfermedades, mudarse a otro sitio, o crisis normativas o evolutivas (aquellas provocadas durante los cambios que las distintas etapas de la vida nos proponen) como cuando uno de los cónyuges jubila, pierde autonomía física, etc. Incluso es normal que la razón sea una combinación de varias de las anteriormente expuestas. Otro aspecto que frena mucho el desarrollo de las relaciones es vivir esperando que sea el otro el que cambie, responsabilizándolo de lo mal que lo estamos pasando, donde lo único que consigo a través de mis quejas es chocar contra una pared de argumentos defensivos que más que generar cambios positivos, paradojalmente, aportan mayor distancia y desconexión.
Frente a este escenario, acudir a un profesional que nos ayude y nos acompañe a revisar nuestra relación de pareja (y la crisis) puede marcar la diferencia que nos permitirá sentir que nuestra mirada cambia, se amplía, y que salimos fortalecidos. Una terapia de pareja supone revisar en profundidad la historia de la relación y la de cada uno de sus integrantes, comprender la forma en que las distintas creencias de cada uno fueron construyendo los cimientos sobre los que esta relación se fundó y las dinámicas de funcionamiento actuales. A partir de ahí, recién se pueden generar los cambios necesarios para redefinir el tipo de relación que queremos tener, entendiendo que el primer gran acuerdo es que ambos están de acuerdo en recomponer la relación, y desde ahí, poder re elegirse mutuamente.
Las familias están en permanente cambio; en realidad coexisten un sinnúmero de procesos de cambio en forma simultánea sin advertirlo. Cambios en las personas (hijos adolescentes, nacimientos, muertes, etc) o en los contextos (mudanzas, cambios laborales, jubilación, etc), los que van combinándose a un ritmo a veces, difícil de asumir. Las señales se hacen evidentes cuando a partir de uno de esos cambios, la flexibilidad natural que antes se tenía para acoplarse a nuevos estados, se ve restringida, empobrecida y rigidizada, lo que impide dar el salto a lo nuevo, lo extraño, lo amenazante. A partir de ahí la vida familiar se afecta, aparecen nuevos problemas que no logramos resolver con las estrategias que antes sí funcionaron, la convivencia se torna excesivamente conflictiva, se arman bandos, equipos y todos sienten que deberían pertenecer a “este” o a “aquel” equipo en circunstancias que quisiéramos estar en todos.
No es falta de amor, no es falta de interés de unos por los otros. Es simplemente no saber cómo salir de allí, no saber cómo decir lo que sentimos, generalmente producto de grandes confusiones.
Estas dificultades, que si bien pueden circunscribirse a las relaciones entre padres e hijos, o entre hermanos, o entre abuelos padres e hijos, etc., finalmente afectan a toda la familia. Cuando esto ocurre, se puede recurrir a una terapia, que ayudará a mejorar el funcionamiento general, a desarrollar habilidades de comprensión y apoyo al interior de la familia, y en la búsqueda de estrategias de afrontamiento de las diferentes dificultades que puede enfrentar un grupo familiar.
El proceso, que involucra a toda la familia, puede implicar que por algunas sesiones asistan sólo los hermanos o sólo los padres, o hijos con padre o hijos con madre, etc., dependiendo de la dificultad particular de cada familia y según se vaya definiendo en conjunto con el terapeuta. En definitiva, esta modalidad de terapia interviene en todo el grupo familiar ayudando a flexibilizar las miradas y paradigmas que no permiten que sus miembros crezcan, sean felices, y que sientan que si bien forman parte de este sistema extenso y complejo, cada uno en forma individual necesita poder alejarse (para crecer, independizarse) y volver, sin sentir que su pertenencia al “clan” está en riesgo.
Qué difícil puede resultarnos llegar a comprender que cuando una relación de pareja se acaba, en el caso de haber hijos en común, la familia debe ser capaz de continuar funcionando como tal, pero incorporando una serie de cambios y novedades extremadamente complejos.
La pareja que se separa seguirá siendo padres de los hijos para siempre. Y aquí radica el mayor desafío para ellos, ya que los motivos que llevaron a la ruptura generalmente afectan a esa relación conyugal, pero también contaminan la parentalidad. A partir de ahora les costará ponerse de acuerdo en temas cotidianos donde antes era más fácil. En definitiva, los lleva a infra funcionar como padres. Pareciera que todos los ámbitos familiares se contaminan. Incluso los hijos no entiende qué ocurre, imaginan escenarios catastróficos, y muchas veces ellos también se ven profundamente afectados. Por lo tanto, esta terapia intenta limpiar aquellos restos del pasado relacional de una pareja y que siguen teniendo una vigencia perturbadora en la actualidad, de tal manera que dificultan el vínculo en tanto padres. Así, en este tipo de terapia se construye un espacio sanador donde aprender un nuevo modelo de comunicación para replicar afuera. Lo anterior, en función de un mejor ejercicio de la coparentalidad.
No es una terapia de reconciliación de la pareja; es una terapia donde los que se reconcilian son esos mismos individuos pero en su dimensión padres, permitiendo que cada ex cónyugue reconstruya su propia vida sin descuidar la familia que construyó previamente. Lo anterior excede la dimensión económica (que también está considerada) de los acuerdos; busca dejar el espacio disponible para los afectos, los cuidados y la toma de ciertas decisiones en equipo, donde los hijos sienten que a pesar de la tormenta, seguirán teniendo padres alineados, preocupados por su futuro, y disponibles para ellos cada vez que sea necesario. Es la aventura de ser (o seguir siendo) familia, pero ahora una familia distinta.
Psicoterapia Infanto-Juvenil
Se trata de un espacio relacional dispuesto a escuchar lo que sienten y piensan los niños, niñas, adolescentes y sus padres, desde un enfoque humano y compasivo. Para elaborar el problema que les aqueja o las dificultades que presenten en alguna área de su desarrollo.
Los niños, niñas y adolescentes son traídos a la consulta por sus padres, quienes preocupados por ellos, buscan ayuda profesional. Las razones para cursar un tratamiento pueden ser problemas de tipo emocional, social, académico o familiar. Todas ellas pueden ser abordadas en la clínica para atender al sufrimiento del niño, niña o adolescente y su familia.
La adolescencia es un proceso de crecimiento donde los adolescentes necesitan nombrar y describir su sufrimiento, los duelos que atraviesan y el desafío de construir su propia identidad. Se trata de un proceso de mucha fragilidad en que deben producirse ciertas pérdidas, por eso esta etapa de la vida no deja de ocurrir sin angustia.
Gracias a mis pacientes adolescentes, aprendí que se puede perder todo placer de vivir y enfermar si no se les alienta a expresarse y si no se les contiene, acompaña y orienta en este doloroso pero necesario proceso. Podemos atravesar este proceso con ellos ofreciéndoles la oportunidad de expresarse para que ellos se tomen la palabra.
Estamos viviendo un contexto que nos desafía a adaptarnos rápidamente a los cambios a pesar de nuestras resistencias, lo cual ha implicado mirar nuestras formas habituales de vivir, nuestra manera de convivir con otros y con nosotros mismos y cuestionar nuestras lógicas.
Adaptarnos favorablemente a los cambios va a depender de la confianza que sentimos en nuestras capacidades. La fuente de esa confianza depende, en gran medida, de aquellas experiencias tempranas que vivimos en la infancia y adolescencia. Del amparo y contención que sentimos, de la oportunidad que nos brindaron nuestros padres y de su deseo de vida para nosotros.